jueves, 28 de abril de 2011

"El agotamiento de la política desliza la campaña por una pendiente de simplismo que ofende la inteligencia"

Artículo escrito por el columnista IGNACIO CAMACHO, que por estar totalmente de acuerdo con él, lo traigo a mi blog. 

No hay señales de vida inteligente. A menos de un mes para las elecciones autonómicas y locales aún no se ha oído una sola propuesta relevante de alcance nacional por parte de ninguno de los grandes partidos.

Y tampoco es que abunden las locales, sobre todo porque falta dinero para hacer promesas que aunque no se suelen cumplir conviene que al menos resulte inverosímiles. Sin fondos, sin imaginación y sin  ideas, la campaña va a reducirse al tradicional cruce de insultos mezquinos y acusaciones ramplonas, una berrea que se disputa a base de canutazos mañaneros de los líderes y mediocres consignas divulgadas por sms y correo electrónico.

Los dirigentes socialistas y populares se dedican a contar imputados en las listas del bando adversario
-pueden porque los hay a manojitos- y a dibujar al rival con trazos de brocha gorda; el argumento más sólido y repetido se reduce a una especie de <vótenos a nosotros que somos un poco menos corruptos que el de enfrente>. Como la ley ha prohibido las inauguraciones, nos esperan cuatro semanas de crispación sobreactuada, griterío anodino y frases de laboratorio cuya única finalidad consiste en movilizar al elector para que vote con las tripas.

La fiesta de la democracia que representan unas elecciones ha derivado en un derroche de tiempo, esfuerzo y dinero para estimular a los ciudadanos a votar contra alguien  que parece la única forma de sacudirles el hastío que causa una política “abotargada” Los grandes partidos han renunciado a la convicción de las razones propias, y se han fijado el objetivo de agitar la vieja pulsión antagonista española. El PP quiere obtener un voto de castigo contra la incompetencia del Gobierno frente a la crisis y el PSOE, situado a la defensiva no encuentra mejor antídoto que etiquetar, a su contendiente con el marbete de la ultraderecha. Cierto es que todas las campañas son territorio de la exageración motiva, el maniqueísmo y la extremosidad, pero el agotamiento de la política española ha deslizado la confrontación electoral por una cuesta abajo de simplismo hiperbólico que ofende la  inteligencia colectiva.

Antes los candidatos, siquiera por disimular, decoraban su discurso con alguna oferta minimalista que ya no consideran pertinente porque carece de la facultad de arrancar aplausos a la concurrencia de los mítines.

Lo más triste es que tal vez ese combate espeso y trabado sea la única manera de desperezar a una cierta opinión pública decepcionada y pesimista que descree de soluciones y solo se mueve por un impulso de hostilidad sectaria. El tiempo de la nobleza política se ha ido quizás para no volver; primero la sustituyo el espectáculo banal de fuegos artificiales retóricos, luego un carrusel de propaganda sin brillo y al final ha acabado degradándose a una sucia refriega de contendientes en medio del barro.

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